Nota del editor: Continuamos con la tercera parte del estudio de José Antonio Ureta sobre Desiderio Desideravi.

La Santa Misa es un sacrificio propio y verdadero

Al tratar del sacrificio eucarístico, la Mediator Dei reitera la enseñanza del Concilio de Trento de que la Santa Misa es un sacrificio propio y verdadero y no una simple conmemoración de la Pasión o de la Última Cena:

«Cristo nuestro Señor, «sacerdote sempiterno, según el orden de Melquisedec” (Sal. 59, 4), «como hubiese amado a los suyos que vivían en el mundo» (Jn. 13, 1), «en la última cena, en la noche en que se le traicionaba, para dejar a la Iglesia, su amada Esposa, un sacrificio visible —como la naturaleza de los hombres pide— que fuese representación del sacrificio cruento que había de llevarse a efecto en la cruz, y para que permaneciese su recuerdo hasta el fin de los siglos y se aplicase su virtud salvadora para remisión de nuestros pecados cotidianos…, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre, bajo las especies del pan y del vino, y las dio a los Apóstoles, constituidos entonces sacerdotes del Nuevo Testamento, a fin de que, bajo estas mismas especies, lo recibiesen, al mismo tiempo que les ordenaba, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, que lo ofreciesen» (Concilio de Trento, 22, 1).

«Una (…) y la misma es la víctima; lo mismo que ahora se ofrece por ministerio de los sacerdotes se ofreció entonces en la Cruz; solamente el modo de hacer el ofrecimiento es diverso» (Concilio de Trento 22, 2). (n° 85-87).

La razón de esto último es que, a causa del actual estado glorioso de la naturaleza humana de Jesucristo, la efusión de sangre es ahora imposible, por lo que el sacrificio de Cristo es manifestado exteriormente por la separación de las especies eucarísticas, bajo las cuales se halla presente y que simbolizan la cruenta separación del Cuerpo y de la Sangre. «De este modo, la conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya que, por medio de señales diversas, se significa y se muestra Jesucristo en estado de víctima» (n° 89).

Los reformadores invierten los términos, poniendo el acento en la conmemoración   

Esta presentación tradicional no era del gusto de los innovadores, que pasaron a poner el acento en la conmemoración, aunque sin la connotación de la nuda commemoratio de los reformadores protestantes, dándole el sentido de una evocación objetiva y real que   representa lo que sucedió históricamente y lo expresa aquí y ahora de manera eficaz.

Desde esa nueva perspectiva, nos explica R. Gerardi «la conmemoración expresa la realidad de lo que pasó, la actualización objetiva y la presencia de lo que se conmemora. No es que éste se repita, ya que el hecho tuvo lugar históricamente una vez para siempre (efápax); pero está presente. El acto de Cristo hace sentir su efecto hoy y aquí, comprometiendo al que hace memoria del mismo. El sacrificio de Cristo se realizó históricamente una sola vez: la Eucaristía es su recuerdo (en el sentido más pleno de la palabra), una presencia viva de gracia» [14].

Y el ya citado jesuita Martín-Moreno nos explica por qué no se trata de una reiteración de manera multiplicada del único sacrificio de Cristo: «No es que el tiempo de la salvación se repita de nuevo aquí y ahora, sino que el hombre aquí y ahora entra una y otra vez en comunicación con una presencia permanente que está más allá del tiempo transcurrido. (…) En la liturgia se alcanza el punto de intersección del tiempo y la eternidad. Allí el participante se convierte en contemporáneo de los sucesos bíblicos. El hombre se hace testigo contemporáneo de lo que sucedió entonces. Cristo nace en la Navidad, resucita en Pascua. ¿Es la anámnesis obra del hombre o de Dios? El hombre es quien conmemora, pero como acto humano, su acción de recordar no puede trascender el tiempo, no puede entrar en el túnel del tiempo para volver al pasado. Es sólo la acción divina la que, trascendiendo el tiempo, nos trae los misterios a nuestro aquí y ahora. Por eso la liturgia, antes que acción del hombre, es acción de Dios» [15].

La vía había sido abierta por las tesis pioneras del entonces P. Charles Journet (al que más tarde crearía cardenal Pablo VI) y del filósofo francés Jacques Maritain, para quienes la presencia real de Jesucristo se duplicaría en una especie de presencia real del sacrificio [16].

Esta opción teológica en favor de la conmemoración, que omite decir que la Misa es una renovación incruenta del Sacrificio del Calvario y afirma que durante su celebración este último apenas se hace presente, ofrece una interpretación débil del dogma de fe proclamado por el Concilio de Trento, según el cual cada misa es «un sacrificio propio y verdadero» realizado bajo forma sacramental, porque la transubstanciación hace que estén realmente presentes y simbólicamente separados el Cuerpo y la Sangre de la divina Víctima [17].

El papa Francisco opta por llevar al extremo el carácter rememorativo

Desiderio desideravi toma de manera clara e insistente esta opción teológica en favor de la Misa como un recuerdo que sólo de modo secundario reviste el aspecto sacrificial en la medida que es una conmemoración.

Ya al inicio, en la descripción de la Última Cena que el Señor deseaba comer con los Apóstoles, Francisco dice: «Él sabe que es el Cordero de esa Pascua, sabe que es la Pascua. Esta es la novedad absoluta de esa Cena, la única y verdadera novedad de la historia, que hace que esa Cena sea única y, por eso, “última”, irrepetible. Sin embargo, su infinito deseo de restablecer esa comunión con nosotros, que era y sigue siendo su proyecto original, no se podrá saciar hasta que todo hombre, de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Ap. 5,9) haya comido su Cuerpo y bebido su Sangre: por eso, esa misma Cena se hará presente en la celebración de la Eucaristía hasta su vuelta» (n° 4).

De paso, nótese que en ese primer párrafo descriptivo de la Misa en el documento, además de la teoría de la representación de un acto irrepetible, el Papa afirma que la misa es una representación de la Cena y no del Sacrificio del Calvario. Esto recuerda la definición original de tendencia protestante de la Misa (defectuosa y posteriormente cambiada) ofrecida en el n°7 de la Instrucción general sobre el Misal Romano, a la que los cardenales Ottaviani y Bacci objetaron tan enérgicamente en su Breve Estudio Crítico. También es digno de notar que este párrafo sugiere que todo hombre y mujer deberían comer y beber del Cuerpo y Sangre de Cristo, o sea comulgar. Esto sugiere un universalismo soteriológico coherente con la autorización práctica dada por el papa Francisco a todos los cristianos —católicos o no, estén o no en estado de gracia, vivan o no conforme al Decálogo— para recibir la Eucaristía.

Volviendo al tema principal, es necesario notar que Desiderio desideravi contiene algunas referencias al sacrificio de Jesús en la Cruz, pero en ningún momento se dice que tal sacrificio se renueva de modo incruento en cada misa. Por el contrario, uno de los primeros párrafos, si bien afirma que «el contenido del Pan partido es la Cruz de Jesús, su sacrificio en obediencia amorosa al Padre», dice en seguida que los Apóstoles, después haber participado de la Última Cena, anticipación ritual de la muerte del Señor, deberían haber comprendido «lo que significaba “cuerpo entregado”, “sangre derramada”: y es de lo que hacemos memoria en cada Eucaristía» (n° 7). Habría sido el momento más adecuado para enseñar que en la Misa no sólo se hace memoria sino que se renueva de modo incruento el Sacrificio del Calvario, representado sacramentalmente en la separación de las especies eucarísticas. El papa Francisco optó por omitir esa verdad de fe y referirse simplemente a la conmemoración.

Algunos párrafos más adelante, el documento insiste en que la Liturgia no es una evocación de lo que recordaban de los Apóstoles, sino un verdadero encuentro con el Resucitado (idea que se repite 9 veces a lo largo del documento), y prosigue: «La Liturgia nos garantiza la posibilidad de tal encuentro. No nos sirve un vago recuerdo de la última Cena; necesitamos estar presentes en aquella Cena, poder escuchar su voz, comer su Cuerpo y beber su Sangre: le necesitamos a Él. En la Eucaristía y en todos los Sacramentos se nos garantiza la posibilidad de encontrarnos con el Señor Jesús y de ser alcanzados por el poder de su Pascua. El poder salvífico del sacrificio de Jesús, de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, miradas, sentimientos, nos alcanza en la celebración de los Sacramentos» (n° 11). Nótese que, nuevamente, el acento se pone en la participación en la Cena y no en unirse espiritualmente a Jesús, que se ofrece al Padre en sacrificio en cada misa, aspecto totalmente omitido.

¿La Misa como recuerdo del don que Jesús ofreció en la Última Cena?

Al hablar de cómo se debe entender el dinamismo que describe la Liturgia, Francisco emplea las palabras ya citadas en la sección anterior, que dejan claro que, para él, el carácter sacrificial de la misa resulta de la conmemoración de la Pascua de Jesús: «El momento de la acción celebrativa es el lugar donde, a través del memorial, se hace presente el misterio pascual para que los bautizados, en virtud de su participación, puedan experimentarlo en su vida» (n° 49).

Esa idea se hace más explícita al referirse posteriormente al núcleo central de la Misa: «Con la plegaria eucarística –en la que participan también todos los bautizados escuchando con reverencia y silencio e interviniendo con aclamaciones (Institutio Generalis Missalis Romani, nn. 78-79) – el que preside tiene la fuerza, en nombre de todo el pueblo santo, de recordar al Padre la ofrenda de su Hijo en la última cena, para que ese inmenso don se haga de nuevo presente en el altar» (n° 60). No sólo omite enteramente la ofrenda de Cristo durante la Pasión (de que la Cena fue una anticipación ritual), y no sólo evita decir que el Sacrificio se renueva, sino que evita la propia palabra sacrificio y lo llama inmenso don.

Agréguese a todo lo anterior que en Desiderio desideravi no figuran en ninguna parte expresiones como transubstanciación o presencia real ni formulaciones análogas que indiquen que «el manjar eucarístico contiene, como todos saben, “verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo”», como dice Pío XII en su encíclica (n° 161), citando el Concilio de Trento (ses.13 can. l.). Como tampoco figura nada que se parezca a la exhortación de la Mediator Dei de que los pastores no permitan «que se descuide la adoración del Santísimo Sacramento y las piadosas visitas a los tabernáculos eucarísticos» o «que los templos estén cerrados en las horas no destinadas a los actos públicos», cosa que algunos ya defendían «engañados sin duda por cierto deseo de renovar la liturgia o creyendo falsamente que sólo los ritos litúrgicos tienen dignidad y eficacia» (n° 220).

Son esas unilateralidades las culpables de la pérdida funesta (o por lo menos la grave dilución) de la fe en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies eucarísticas, constatada por sondeos de opinión en varios países, las más expresiva de las cuáles es la del Pew Research Center, que comprobó que «sólo un tercio de los católicos estadounidenses están de acuerdo con su Iglesia en que la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Cristo«[18].

Leer Parte 1, Parte 2

NOTAS:

[14] Diccionario teológico enciclopédico, https://apps.idteologia.org/index.phpr=sagradaTeologia/view&id=16

[15] Op. cit., p. 46.

[16] Philippe-Marie Margelidon O.P., en La théologie du sacrifice eucharistique chez Jacques Maritain, en Revue Thomiste, enero-marzo 2015, pp. 101-147.

[17] Ver Claude Barthe, La Messe de Vatican II – dossier historique, Via Romana, Versailles, 2018, p.181.

[18] https://www.pewresearch.org/fact-tank/2019/08/05/transubstantiation-eucharist-u-s- catholics/